miércoles, 29 de julio de 2009

Memorias de la Lotería Nacional: Hace 120 años...

Gracias a las nuevas tecnologías y la digitalización de documentos, resulta fácil en el siglo XXI viajar al pasado y poder escudriñar en viejos documentos del siglo XIX. Desde que descubrí la hemeroteca de La Vanguardia, he de decir que me he aficionado a ella y de vez en cuando encuentro "perlas" como esta:

Artículo de opinión publicado en La Vanguardia hace 120 años en la edición del lunes, 23 diciembre 1889:

LA LOTERIA NACIONAL

Hoy es el día señalado para desengañar á la mayoría de los españoles, contra quienes no vale escarmiento, y para regocijar á un corto número, á menos que la grippe venga á contrariar su ventura. En esto, como en otras cosas, aparecen disfrutando las minorías á costa da las mayorías. Mientras esperamos confiados, como todos los españoles, en que nos caiga el premio gordo, murmuramos un poco de la lotería y del país que la sustenta.
Nada más anacrónico existe en nuestras leyes, qua el título VI, libro II del Código Penal. Trata de los juegos y las rifas, pudiendo resumirse sus tres artículos en las siguientes palabras: En España solo tiene derecho el Estado á ser banquero; se castigará á quien se atreva á perder su dinero en otros juegos que los patrocinados por el Estado. Los juegos de azar ó envite constituirán delito cuando no sirvan para aumentar las rentas nacionales.
Como se ve la inmoralidad de este acto no se funda en la intención ni en las consecuencias, se basa en el interés de un banquero que para evitar la competencia, la emprende á palos contra quien se atreve á jugar en su misma calle.
Cualquiera creería, á fuerza de oir hablar del juego nacional, que fuimos nosotros los inventores de la lotería; pues no es así.
España fue tal vez la última de las naciones europeas qua adoptó este arbitrio.
Bernardo Ward, ministro que fué de Fernado VI, en su Obra Pía, medio para remediarla miseria de las gentes pobres de España,
propone como recurso para contribuir á este fin, aquellas Loterías grandes que usan las Potencias, cuando quieren justar, de pronto grandes cantidades de dinero para las urgencias del Estado ó para algún fin público, y que usan mucho Italia, Francia, Holanda é Inglaterra.
Considerando Ward que el fundamento de las loterías es la buena fe que inspira el depositario, afirma que nada satisfaría más al público como ver encargada de los depósitos una iglesia, indicando á este objeto la de Toledo, Sevilla, etc., lo que á su juicio no perjudicaría al decoro del Estado eclesiástico, siendo en todas partes uno da los más autorizados cuerpos de la República el qua suele tener este encargo.
Citando los crecidísimos caudales que en ellas se emplean y las ganancias que dejan, dice: En Francia las ha habido hasta estas últimas guerras de veinte á cuarenta millones de libras. En Holanda se está sacando una anualmente de veinte á cuarenta millones de libras. En Londres no ha muchos años que para echar un puente al Támesis, se sacó un millón de pesos de ganancia de una lotería. Y el cura de San Sulpicio en París se aprovecha para sus pobres de una, que saca todos los meses de treinta años á esta parte. Pero nada prueba lo que producen las loterías ni la influencia de gentes que concurren a porfía para interesarse en ellas, como la proposición que hizo un particular pocos meses ha al Parlamento de Inglaterra, ofreciéndose á pagar la deuda nacional de aquella Corona (que sube á cuatrocientos ochenta millones de pesos) en 25 años, con tres loterías cada año.
Ward quería establecer tres loterías, una en España, otra en el Perú y otra en México y defiende su utilidad con las siguientes razones:
Cuando vean en la Gaceta, después de sacada la lotería, la nómina de los que han ganado las suertes principales y que cinco personas se han hecho ricas para todos los días de su vida; que dos han hecho una mediana fortuna; que ciento han ganado muy bien, y que mil han sacado diez por uno; siendo preciso lisonjearse de su fortuna, cada uno esperará á los otros seis meses lograr los cincuenta ó cien mil pesos.
No conociéndose razón ninguna, que un arbitrio que en todos los países de Europa ha tenido el deseado efecto no lo tenga también en España, podamos esperar de las loterías un subsidio muy abundante que en llegando al punto señalado, será de seiscientos mil pesos anuales.
Con este socorro quiere suplir lo que falte á los hospitales y atender á los objetos de la Obra Pía fundada para socorrer á los pobres y á los desvalidos. Llevado de esta misma idea filantrópica, quería destinar el producto de las loterías para premiar á los labradores é industriales, para animar á las gentes al trabajo, con objeto de que los ramos industriales y naturales tuviesen el más rápido adelantamiento.
El caso es que en 1763, con pretexto de piedad, se estableció la lotería en España. Aquella lotería primitiva era exactamente igual á la casera, es decir, consistía en la conocida combinación de números desde el uno hasta el noventa, con los cuales se jugaban cédulas al extracto, al ambo, al terno, á la cuaterna y á la quinterna. Se abonaba al jugador sobre el valor de la promesa estampada en cada cédula, si cuarenta por ciento en los ambos, y el ciento por ciento en los ternos.
Esta vieja lotería subsiste todavía en Italia con el nombre de tómbola. Con sus productos se satisfacían sueldos y gastos, aplicando cierta parte á huérfanas de militares y patriotas.
En 1811 se introdujo la lotería moderna, también con pretexto de piedad, pero al fin los provechos se aplicaron únicamente á satisfacer gastos del Estado.
De modo que fuimos los últimos en introducir la lotería en nuestra nación y seremos los postreros en desecharla.
Comenzamos por disfrazar su aspecto inmoral, bajo capa benéfica, y concluimos por incluir sus resultados entra las rentas nacionales. Lo que fué en un principio epidémico se trocó luego en endémico, lo que se implantó con pretexto piadoso acabó por ser un negocio público.
Uno de los mayores males que reporta la lotería á los Estados es el fomento de la superstición
. En Italia es lastimoso el extremo á que conduce la tómbola y las cábalas infinitas á que se entregan los jugadores. Muere por ejemplo un rey ó un pontífice y durante la semana en que ocurre el suceso, son á millares los jugadores que ponen cantidades al ambo formado por la edad del personaje del fallecido con la fecha del día de su muerte. Acierta á caer cualquiera en la calle y no se olvida de fijarse en el número de la puerta ante la cual vino al suelo para hacerlo entrar en una combinación de la tómbola. Con decir qua no faltan en los periódicos anuncios de personas que prometen, mediante cierto precio, la revelación de infalibles martingalas para obtener la suerte, está dicho todo.
En España influye la lotería en las creencias supersticiosas de nuestro pueblo. No hemos olvidado aun las combinaciones de que echó mano al azar, nada menos que un ministro para comprar el billete con que se vió favorecido por la primera suerte. Aquel éxito grandioso de la casualidad, Dios sabe cuánto ha contribuido á desarrollar las cábalas entre los jugadores de la lotería, que es como decir entre todos los españoles.
Un temperamento fatalista de si como el nuestro, se acentúa mucho más al influjo de estos golpes del azar. Nos habituamos á esperarlo todo de la fortuna, á desconfiar de nuestro propio esfuerzo, y á ver en los encumbramientos y en los éxitos, determinaciones fatales del destino más que resultados merecidos de la industria y de la inteligencia humanas.
Es curioso ver cómo se enlazan las loterías y los toros. Por una casualidad inexplicable es uno solo el boletín del toreo y el de la lotería, un mismo periódico el que nos dá la noticia de las cogidas en la plaza y el de los números premiados.
Se enlaza perfectamente aquella diversión con el juego; en ambas palpita la emoción. El jugador, habituado á excitación intensa, exige espectáculos de sensación. Por esto creo que está íntimamente enlazada la vida de una y otra institución, de manera que la desaparición de una acarraría la decadencia de la otra.
Un amigo mío aseguraba que la lotería sufriría el golpe de gracia, cuando alguien determinase publicar las listas de los números no premiados. Así se convencería á la gente del exiguo número de probabilidades que tiene á su favor, y se asustará de ver los que quedan privados de la suerte. Es inexplicable, por otra parte, la gran cantidad de billetes premiados que no se presentan al cobro, para demostrarnos cuantos son los que tienen en su mano la fortuna sin saberlo y cuantos desprecian la suerte que les sale al paso.
En resumen nuestras costumbres, los hábitos industriosos y la moral ganarán infinitamente el día en que se abolezcan las loterías. No se comprende en verdad que el gobierno en 1862 suprimiera la lotería primitiva, alegando que no era posible consentir que en combinaciones de poca probabilidad para los jugadores comprometieran estos la fortuna de sus familias, para dar luego mayor impulso y vida á la llamada moderna, hasta el punto de
haber creado este año décimos á peseta que son verdaderos proyectiles dirigidos contra el jornal de los obreros.
El pueblo que, demuestra en todo su profundo sentido de las cosas, llama siempre á la lotería, rifa, que en buen castellano significa contienda riña ó pendencia.

FEDERICO RAHOLA

La reflexiones que hace el columnista en las postrimerías del siglo XIX podrían aplicarse actualmente. Sí, ahora, en medio de la crisis económica mundial y con la pandemia de gripe A en ciernes, 120 años más tarde sigue la agresiva publicidad de los productos de loterías del Estado. Se trata de perpetuar por parte del gobierno la utilización de las debilidad humana con ánimo de lucro. Resulta un buen probado método para seguir recaudando fondos para supuestos servicios públicos. Es así, la lotería nacional es el único sistema recaudatorio que el ciudadano accede voluntariamente o quizás inconscientemente, con ilusión, año tras año. Por esta razón, se le denomina popularmente el "impuesto de los tontos."


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